Aun creo en el feminismo, pero ya no creo en las feministas.

Aún creo en el feminismo, pero ya no creo en las feministas, porque las mujeres crecemos en el mismo sistema que los hombres. Nos adiestran toda nuestra vida para perpetuar el patriarcado a través de nuestra propia existencia, a costa de nuestra propia libertad. Entonces, es muy difícil abrir los ojos y darse cuenta, en primera instancia, que algo anda mal. Pero una vez que lo haces, es aún más difícil no reproducir las mismas prácticas que estás intentando erradicar.

Esto nos pasa a todas y entiendo que es parte del proceso de deconstrucción; el problema es no darse cuenta a tiempo y detenerse a pensar ni un segundo en las consecuencias. El problema es que las feministas también tenemos egos, traumas, heridas de la infancia, y aunque es nuestra responsabilidad sanarnos para no ir mezclando nuestras carencias emocionales con nuestro activismo, lo tenemos todo en contra y el patriarcado es hábil. Es tan hábil que sabe cómo hacer, por ejemplo, que la feminista que siempre está hablando de sororidad, termine traicionando a sus amigas. Desgraciadamente esto lo he visto más veces de las que quisiera, y ya no puedo seguir haciendo de cuenta que no. 

No estoy diciendo de ninguna manera que hay que abandonar la lucha o que hay que dejar de oponernos al sistema. Solamente creo que las feministas actuales tienen como prioridad todo, menos a las mujeres. Así que yo me declaro oficialmente fuera del juego. Ya no me interesa seguir cargando con un estandarte que lejos de darme libertad, me impone obligaciones. Que me consume horas y horas de tiempo que necesito dedicarle a mi propio desarrollo, y sobre todo, que me hace el blanco perfecto de personas sin escrúpulos que solo intentan lucrar con algo que no entienden, pero tienen la soberbia de pensar que sí.

Yo no me volví feminista porque estaba de moda, o para acceder a cierto poder político ni para tener un puesto importante, ni para que me llamen los candidatxs que necesitan que les diga como parecer feministas, ni para que me tomen fotos y utilicen mi imagen para lavar la suya enlodada hasta el cuello de misoginia.

Yo me hice feminista hace muchos años porque tengo la genuina convicción de que las mujeres tenemos una desventaja, específicamente en lo que a mi me compete, en salud; pero que se extiende a todos los ámbitos de nuestra vida. Es por eso que no puedo, ni aunque quisiera, hacer callar mi conciencia y hacer de cuenta que esa desigualdad no existe. Pero ya no quiero seguir ejerciendo ningún activismo desde el feminismo, porque la idea de lo que es ser «feminista» en la actualidad ya no representa lo que soy, ni con qué tipo de personas me quiero relacionar. 

Sin embargo, tengo claro que como docente tengo una responsabilidad. Hace unos meses, una alumna me preguntó frente a toda la clase mi opinión sobre el aborto. Con mucho cuidado y utilizando todo el marco legal del estado de Yucatán, las recientes resoluciones de la Suprema Corte de Justicia, y los derechos sexuales y reproductivos reconocidos por la ONU, les expliqué con mucho amor, palabras más palabras menos, que la maternidad tiene que ser deseada. Supongo que mis palabras significaron algo, porque segundos después otra alumna decidió compartirnos su experiencia interrumpiendo su embarazo cuando era adolescente. En ese momento sentí todas las miradas sobre mí. Como esperando mi reacción. Entonces le dije que yo creía que había tomado la mejor decisión y el ambiente se relajó de nuevo.

Ese día me di cuenta del enorme impacto que pueden tener mis palabras en las estudiantes, entendí que ellas me están observando. Y yo quiero que ellas aprendan de mí algo más que teorías, modelos, historia o epistemología de la Enfermería. Quiero transmitirles el ideal de justicia que por tantos años nos ha hecho falta a las enfermeras para buscar posicionarnos mejor en el equipo de salud. Que gracias a los prejuicios de género que impregnaron todo el desarrollo de la enfermería moderna y la educación universitaria de la misma se nos ha condenado a permanecer sumisas en el rincón, mientras hacemos todo el trabajo y alguien más se lleva el crédito. Y me da mucha esperanza escucharlas hablar, responder, reflexionar como nunca me hubiera imaginado cuando estudié mi licenciatura hace 15 años.

Yo veo en mis alumnas el futuro. No necesito nada más.

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