25 de noviembre: día de la simulación naranja

En México las mujeres podemos votar desde hace 68 años. Pero parece que a los políticos apenas les cae el veinte que demográficamente somos mayoría; por lo tanto, somos una fuerza electoral completamente descuidada.

Ahora que por fin descubrieron este hack para asegurar más votos, comienzan a preguntarse ¿qué es lo que ellas quieren? Y más de uno se ha de dar topes en la cabeza preguntándose ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Bueno, pues es fácil. Una de las principales razones por las cuales los hombres argumentaban que las mujeres no podíamos tener derecho al voto era que somos de naturaleza manipulable, sin criterio ni razonamiento propio, por lo tanto votaríamos por quién nos mandara nuestro padre o marido. Entonces, era a ellos a quienes había que convencer, no a nosotras.

Misoginia de la más arcaica y recalcitrante, sí, pero que persiste hasta nuestros días. Esta forma de vernos como seres inferiores en raciocinio por ser demasiado “emocionales” todavía existe, por lo que para muchos actores políticos enfocarse en las mujeres y sus necesidades sigue siendo una pérdida total de tiempo y recursos.

Pero dados los acontecimientos recientes, parece que por fin alguien entendió que al ser las mujeres la mayoría demográfica, es relevante asegurar su simpatía y sus votos para obtener una ventaja sobre sus opositores.

Desgraciadamente, al no existir un espacio de diálogo real ni un intercambio de ideas  —y si los hay las propuestas de las mujeres son silenciadas por incómodas, o requieren demasiado esfuerzo o dinero para llevarse a cabo— los resultados son lo que atestiguamos ayer, un 25 de noviembreDía Internacional Contra la Violencia de Género, plagado de: globos, tazas, camisetas, eventos musicales, caminatas “para la integración familiar”, clases de zumba, posts de Facebook para “felicitarnos” y carteles con frases cursis fuera de contexto en eventos financiados por instituciones públicas, ayuntamientos y partidos políticos haciendo uso del color oficial para diferenciarse del morado del feminismo callejero: El naranja.

Recordé las palabras de Lidia Falcón, presidenta del Partido Feminista de España: “El capitalismo lo absorbe todo, el Che es una camiseta” y a mi amiga Mónica leyéndome un pasaje de El segundo sexo que sentí como una bofetada:

“Los proletarios hicieron la revolución en Rusia, los negros en Haití, los indochinos luchan en Indochina: la acción de las mujeres nunca ha pasado de ser una agitación simbólica, sólo han ganado lo que los hombres han tenido a bien concederles; ellas no han tomado nada: han recibido” (Simone de Beauvoir, 1949).

La realidad es que no nos escuchan, ya sea porque no les interesa o porque en un acto olímpico de mansplaining y misoginia, creen saber mejor que nosotras lo que necesitamos y eso es lo que recibimos: una taza y una clase de zumba. Ni pensar en acabar con la brecha salarial o la violencia política, ni mucho menos con la cultura de la violación y los feminicidios. 

Al observar todo este circo naranja pensaba en las consecuencias de trivializar un tema tan delicado y que puede tocar fibras tan sensibles en el tejido social como la violencia contra las mujeres. Pensaba en lo catastrófico que puede ser permitir que las luchas feministas se utilicen como bandera política para rellenar discursos de gente que no tiene ni la mínima idea de lo que dice, pero que tampoco le importa porque lo único que los mueve, es el poder.

Lo triste de esto es que los políticos que se pronunciaron ayer a favor de las mujeres son los mismos que se opusieron a la 3 de 3 Contra la violencia de género para funcionarios públicos y ciudadanos”,  iniciativa que consiste en impedir que violentadores de mujeres, agresores sexuales y deudores alimentarios compitan para cargos de elección popular. Diría Patricia Olamendi “¿Cuándo vamos a tener un poco de decencia en la política, si no tenemos gente decente en los cargos públicos?

El día de hoy amanecimos con la noticia sobre un comando armado que lanzó una granada a la manifestación por el 25 de noviembre en el palacio de Guaymas, Sonora, resultando en la muerte de tres personas, una manifestante entre ellas: Marisol Cuadras, de 18 años. Este hecho es un reflejo de la realidad: para los reflectores, las fotos, las rodadas naranjas y demás performances de simulación los políticos hasta compiten. Pero ofrecer garantías y seguridad a las mujeres, eso ya es otra historia.

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